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jueves, 11 de agosto de 2011

El mundo en llamas: Disturbios en Londres vs Spanish Revolution

No sé si reír o llorar cuando recuerdo las declaraciones de economistas y presidentes europeos augurando el fin de la crisis para 2010 y eso que incluso yo tomaba por descabellada la opinión de un amigo de mi marido que defendía, y sigue haciéndolo, que estos periodos de recesión históricamente duran un cuarto de siglo.


Ahora veo mucho más probables sus predicciones que las de aquellos que se hacen llamar expertos, porque esta crisis no es sólo financiera/económica, sino que estamos ante una crisis política, democrática, mediática, bursátil, bancaria, pero sobre todo de valores, de ideologías, de creencias y de confianza.

Miro a Londres como supongo ellos miraban España los días posteriores al 15M. Veo diferentes detonantes y unas formas de revuelta popular que no comparto, pero también entreveo un mismo trasfondo de indignación y necesidad de cambio, que recupere los principios democráticos construidos de abajo arriba, que devuelva el poder al pueblo.

Lo que algunos definen, con el fin de alejar las comparaciones con la Spanish Revolution, como simple vandalismo, protesta racial, marginalidad y delincuencia, va más allá, de hecho, algunos de esos calificativos también fueron dirigidos a los acampados por los mismos medios que ahora defienden su legitimidad por no usar la violencia.

Lógicamente, vuelvo a repetir, NO ESTOY DE ACUERDO CON EL CÓMO, que vuelve a perjudicar a los de siempre, a los ciudadanos. Soy partidaria de un proceso pacífico de renovación del sistema mundial. El problema es que los vasos europeos están a una gota de colmarse y no me extrañaría que poco a poco, cada país, encuentre un motivo u otro para salir a la calle y revelarse, sin llegar a saber muy bien dar respuesta a ese cómo, porque la inmediatez del cambio es más que improbable y la paciencia de muchos se agotó hace tiempo.

El supuesto poder deslegitima cada movimiento social, lo comprime dentro de sus fronteras, lo corrompe, lo insulta y lo desmenuza desviando la opinión pública a particularidades que no hacen sino cubrir el motivo real y global. Elimina vinculaciones internacionales homogéneas para intentar fragmentar una unidad que temen termine con una hegemonía, que han olvidado, no viene del poder divino, sino de cada uno de nosotros.