¿Quién no ha pensado alguna vez, cuando los ve dando un mitin o en el debate sobre el estado de la Nación, son como niños? Sí, hablo de los políticos, esos personajes que, queriéndolo o no, han convertido la democracia en una prolongación de Sálvame: que si tú dijiste, que si me he enterado, que si ahora me enfado y no respiro… En definitiva, una regresión democrática y gubernamental equivalente a una adolescente recién salida del cascarón.
Lo realmente peligroso es que bajo esa imagen inmadura de nuestra política se encuentra una institutriz de primera, aparentemente estricta e inflexible, aunque ingenua, desorientada y miedosa. Es como esa mujer de 36 años amargada, caprichosa, impulsiva y egoísta que siempre ha conseguido lo que ha querido, es la señorita Rottenmeier.
Nuestro Gobierno nos trata como si fuésemos niños, como si hubiésemos perdido la facultad de decidir y de pensar, con leyes que parecen más propias de un correctivo que de un Estado plural, como si fuese la versión mala de SuperNanny y creyesen que nuestra atención se difumina si no nos establecen unas pautas claras con sus correspondientes consecuencias: “esto no se hace”, “esto no se toca”… “caca”.
De lo que no nos damos cuenta es que nosotros no somos Heidi ni Clara, sino el padre de esta última. Somos quienes debemos marcar el camino a seguir, a quienes nos deben consultar cómo proceder ante una situación no contemplada de antemano, quienes tenemos potestad de despedir, aplicar un correctivo, una reducción de sueldo en tiempos de crisis o por baja productividad y ausentismo laboral, no siempre al revés.
La opresión política, social, laboral, educacional y familiar muchas veces nos provoca dejarnos llevar, una cierta comodidad a lo que creemos es guía y en la mayoría de ocasiones es autocracia. La obediencia es cómoda y creemos que nos exime de responsabilidades cuando no es así. No podemos elegir a un representante y dejarle actuar impunemente sintiendo que nuestro único compromiso está en las urnas.
En épocas de incertidumbre como la que vivimos parece que es más fácil seguir un camino prefijado porque la duda, la diversificación de posibilidades, nos provoca desconfianza y ansiedad. No debemos tener miedo a equivocarnos, porque un error siempre conlleva una rectificación y un aprendizaje. No dejemos que nos traten como niños desarraigados y cojamos por fin las riendas de nuestra vida y nuestro futuro.
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